ORHAN PAMUK

Deporte y amantes

En esta novela deporte y amor se relacionan de la manera más sutil, e intensa a la vez, de la que la memoria puede enlazar los recuerdos. Si en alguna ocasión el deporte es trascendente es cuando se instala en nosotros junto a los momentos más significativos de nuestra vida. Orhan Pamuk conduce la memoria de los amantes, protagonistas de su novela, Kemal Bey y Füsun, de la mano de los gritos y expresiones de unos niños que juegan al fútbol y a los que oyen a través de la ventana.

He recortado de la novela cinco momentos que son un recorrido por la vivencia de estos amantes en Estambul. Los retazos de la narración elegidos nos llevan a través de un amor que empieza, llega a su plenitud y se acaba. La transcripción es prácticamente literal, aunque no usaré las comillas para que se pueda leer como un relato independiente del texto. Ésta es la historia.

Al día siguiente, 30 de abril de 1975, miércoles, esperé a Füsun entre las dos y las cuatro en el piso del edificio Compasión. Cuando era niño encontraba divertido el nombre de aquel edificio en cuyo jardín de atrás, sombreado por enormes cipreses y castaños, los niños jugaban al fútbol… Ese día, a la hora en que hacíamos el amor por primera vez, los niños que en días posteriores siempre nos acompañarían en nuestras citas amorosas jugando al fútbol con sus alegres gorjeos, gritos y palabrotas, estaban dándole al balón en el antiguo jardín de la mansión en ruinas de Hayrettin Bajá, de nuevo gritándose e insultándose. En cierto momento en que los niños se callaron, un extraordinario silencio envolvió la habitación, solamente roto por unos grititos vergonzosos de Füsun y un par de felices gemidos míos provocados por mi deseo de dejarme ir… Un niño le dio una patada a una lata de conservas, graznó una gaviota, se rompió una taza, las hojas de los plátanos crujían con la tenue brisa. Fue el momento más feliz de mi vida y no lo sabía.

***

A través del balcón abierto sopló una brisa primaveral con perfume a mar y tilos que levantó los visillos, los dejo caer a cámara lenta sobre nuestras espaldas y provocó un escalofrío en nuestros cuerpos desnudos. Desde aquella habitación de atrás del segundo piso, desde la cama en la que estábamos, veíamos en el jardín a unos niños que jugaban de forma vehemente al fútbol insultándose y, al darnos cuenta de que las palabrotas que se decían correspondían exactamente a lo que estábamos haciendo, nos detuvimos, nos miramos a los ojos y sonreímos.

***

Hasta la petición de mano todos los días nos vimos a la misma hora en el edificio Compasión y nos amamos intensamente… nos manteníamos alejados de cualquier cosa que pudiera recordárnoslo. Eso nos llevó al silencio. Desde fuera nos llegaban los gritos y las palabrotas de los niños que jugaban al fútbol.

Ambos sentíamos una pena intensa, poderosa insoportable. Comprendimos que solo podríamos huir de ella haciendo el amor, que no podríamos pasarla por alto bromeando, ni amortiguarla hablando, ni aligerarla compartiéndola. Pero la pena frenó nuestro amor envenenándola. En cierto momento, Füsun se quedó tumbada como un enfermo que atiende su cuerpo, como si contemplara nubes de amargura pasando por encima de su cabeza, y yo me acosté a su lado y me dediqué a contemplar el techo con ella. Los niños del fútbol estaban callados, solo oíamos los pases del balón. Luego también se callaron los pájaros y comenzó un profundo silencio. Oímos la sirena de un barco muy a lo lejos y luego la de otro.

***

Daba la impresión de que iba al piso para no perder ni la costumbre ni la esperanza de poder verla. Pensé que debía deshacerme de aquella cama, de aquella habitación, de todos aquellos objetos que crepitaban por sí solos con una agradable veteranía y olían a perfume de amor feliz… Los alegres gritos y palabrotas de los niños que jugaban al fútbol en el jardín de atrás me mantuvieron atado a la cama hasta que oscureció.

Orhan Pamuk. El museo de la inocencia. Mondadori 2012

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