David Le Breton. Elogio del caminar
Caminar y escribir es el mismo juego y yo, a esta evasión, le llamo deporte, invocando el significado que tiene que ver con el ocio.
El entrenamiento como camino
Dice David Le Bretón que su objetivo al escribir este libro es darse a la fuga por la escritura e intercambiar impresiones con otros. que es lo mismo que se hace al caminar. Caminar y escribir es el mismo juego y yo, a esta evasión, le llamo deporte, invocando el significado que tiene que ver con el ocio en los puertos de los marinos (de-puerto).
Al leer los primeros párrafos de este libro, pienso que ya no se puede decir más —y quedan doscientas cincuenta páginas—. Entre otras cosas dice que puede ser que uno vuelva de la caminata transformado “más inclinado a disfrutar del tiempo”.
Creo que la primera vez que entendí esa idea fue cuando se la escuché a Carlos Álvarez del Villar que, con la disculpa de mejorar mi entrenamiento y que saltara más, me enseñaba más allá de los centímetros que pudiera llegar saltando. Me decía que el entrenamiento, al que se dedica casi todo el tiempo del ejercicio de atleta, era la parte divertida del deporte, la de la amistad y los buenos ratos, que luego, en la competición los atletas nos volvíamos estúpidos. El entrenamiento, claro está, es la metáfora del camino.
Disfrutar del proceso es la idea que yo intentaba en mis clases cuando tratábamos con la creatividad. No perder de vista el camino, para volver atrás si es necesario. Eso me decía mi sobrino Manolo cuando hablaba de su prudencia en la montaña: “sigo metas ambiciosas, pero con la mirada en el camino que dejo atrás por si hay que volver”.
Si la primera frase del libro ya me he engolfado en el recuerdo y la reflexión, no sé qué pasará más adelante. Tendré que moderar mi ansiedad para contar e imaginar. Tal vez si empezáis ahora a leer este libro acabéis antes que yo.
El cuerpo del caminante, las ciudades y las canciones del camino.
No se puede caminar si no se tiene cuerpo, claro. Todo lo que hacemos, lo hacemos cuerpo mediante. Al caminar sudamos, nos cansamos y mejoramos nuestra capacidad para caminar más. Todo eso es muy corporal, muy físico, pero nada de eso es el objetivo de caminar. El objetivo… allá cada uno.
Yo, como todos, cada día visto un cuerpo. Un día lo visto de vago, otros de chapuzas (pintar, arañar la tierra…), de aventurero, de playero, lujurioso, de presumir, de cansado, místico, enamorado… Y para caminar, ¿qué cuerpo utilizo? Yo creo que el mismo con el que bailo o juego. El cuerpo que canta, con el que toco cualquier instrumento musical y con el que escribo o hago garabatos. Un cuerpo que me expresa, me calma y me permite ser yo mismo, es decir, no preguntarme quien soy.
Nada de lo dicho me permite decir, sin que alguien lo discuta, que caminar sea un deporte. Las aburridas y nunca concluyentes taxonomías del deporte dirían que caminar es una actividad individual que presenta incertidumbres con uno mismo y con el medio, como el ciclismo de montaña o la escalada. Sólo que el caminante lo que consigue son certezas sobre las dimensiones del mundo, acordes a las proporciones del cuerpo. Nos hemos puesto renacentistas y humanistas. Eso del mundo acorde a las proporciones del cuerpo tiene ecos de las proporciones áureas de Vesalio, de Rousseau y a la naturaleza como maestro o del mismísimo Kant cuando habla de la realidad extensa y el movimiento como modo de atraparla.
Dice David Le Bretón que “caminar es una forma de conocimiento que recuerda el significado y el precio de las cosas”. Esto, desgraciadamente, le aleja de la idea común de deporte. Qué pena que el deporte no reclame para él esta trascendencia.
Dedica el autor otro capítulo a las ciudades. El caminante se transforma cuando atraviesa una ciudad (depende de la ciudad. Lo explica muy bien Italo Calvino en sus Ciudades Invisibles). El caminante mira la ciudad sin poseerla, cruzándose con gentes para quienes cada rincón tiene un significado.
La corporeidad del caminante (también del viajero) en una ciudad, cambia. En mi memoria está como recorrimos Palermo empapados en sudor, esa manifestación de la corporeidad que nos desvivimos por disimular cuando la ciudad en la que estamos es la nuestra, y a pesar de ello lo consideramos nuestro mejor viaje. Sin duda el de corporalidad más evidente.
Elijo, para dejarlo ya y no hablar más de este libro, el capítulo que hace referencia a las canciones que canta el caminante, a veces en voz alta, otras susurradas, pero, en todo caso, seguro de que es la mejor interpretación posible. Desinhibido e impune, perpetra todas las tropelías posibles a la armonía y el tiempo. Silencios eternos en los que el cerebro queda en suspenso antes de continuar o, tal vez, de dejar de cantar hasta el día siguiente.
Yo canto Caminito del Indio y otras cosas insólitas que ni recordaba. Y ¡ay! tengo que confesar, cosas de la edad, algunas marchas de esas que la OJE copió a los nazis alemanes. De Lili Marlen recuerdo a Marlen Dietrich como la nostalgia que te hace llorar; yo tengo mi propia letra.
Elogio del caminar es un libro de cabecera para el caminante. También para el viajero y quien desee volar sin levantarse de una silla.
David Le Breton. Elogio del caminar. Siruela 2015
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