Poder admirar a los deportistas sin sentir vergüenza
Últimamente no es raro ver aireadas noticias de conductas deportivas positivas: juego limpio, solidaridad, inclusión. O simplemente de sentido común, difundidas con alcance nacional. Imagínense cuál debe ser el tamaño de podredumbre en el deporte para tener que convertir lo razonable en noticia. La honradez en la práctica deportiva se ha convertido en “el hombre que muerde al perro” que, por ser lo contrario de lo frecuente, “que el perro muerda al hombre”, es noticia.
Para quienes amamos el deporte (otro diferente al más comercial) nos encontramos ante la esquizofrenia de alegrarnos por la conducta plausible y la tristeza por la excepcionalidad. Y. sobre todo, por la certeza de que, la difusión de estas noticias, suponen una cortina de humo sobre “la corrupción masiva e impune de las estructuras deportivas y la sociedad narcotizada” que lava la cara con el recordatorio puntual de los valores sociales del deporte.
La frase anterior la he construido parafraseando un artículo de Ignacio Varela (40 años de feudalismo y corrupción en el deporte español). Esta es la buena noticia, que algunas personas (no precisamente implicadas en el deporte o sus estudios universitarios), comienzan a denunciar la decrépita democracia del deporte.
Ignacio Varela dice, y no estoy totalmente deacuerdo, que el cáncer del deporte español tiene su origen en los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992. Yo creo que en ese momento España se puso al nivel de otros países occidentales en cuanto a comercialización del deporte. Pero en otros sitios, las olimpiadas, no habían causado esa conmoción. En España, los juegos de 1992 llegaron a una población sin educación deportiva ni física y el éxito deportivo y comercial obnubilo a una “sociedad narcotizada” que confundió la gimnasia con la magnesia, el ejercicio, al que constitucionalmente tenemos derecho, con el espectáculo y el dinero. Y así sigue sin que nadie haga nada por cambiarlo.
Porque, de lo que dice, en lo que si estoy de acuerdo es que al deporte no ha llegado la transición democrática. Aunque yo no estoy pensando en la transición de la que se habla cuando hablamos de política, que resultó tan tramposa como los cambios habidos en el deporte a partir de 1992. Lo que pienso es más básico. El deporte no se ajusta al sistema democrático y mucho menos a los valores humanistas (valor del esfuerzo, trabajo en equipo, juego limpio, ecología), que es la única razón por la que un Estado puede defender constitucionalmente su práctica.
Roberto B. Ballesteros, en El Confidencial, abunda en el desmadre de corrupciones deportivas que abundaron durante la transición democrática. Caló la doctrina de Felipe González del “qué más da que el gato sea blanco o negro" y todo quisque, en el deporte también, se puso a cazar ratones.
El deporte necesita una terapia de choque, desactivar el tinglado económico, al menos en lo que depende del Estado, para que quienes admiramos a deportistas como Nadal, Gasol, Beitia (y muchos más) podamos valorar su esfuerzo sin tener que obviar la inmundicia que los rodea.