MUNDIAL 2018-2

Carol Marzal. escribe sobre fútbol ¿Por qué?

Al fútbol se juega todo el año en todas partes, pero los días que dura el Campeonato del Mundo de Fútbol, el terreno de las letras se convierte en una especie de barbería de la posguerra en las que era obligatorio hablar de fútbol o de toros, para evitar la tentación de hablar de política. Carlos Marzal, que es poeta, y bueno en esto, también dedica una columna al fútbol en el Levante EMV de 30 de junio de 2018. La futboliada titula, en referencia, no sé si culturalista o burlona, a La Iliada o a las Olimpiadas. 

El poeta empieza el artículo exponiendo una teoría evolutiva al modo de Piaget. “El futbol es un fenómenos de masas en el que las masas participan desde la niñez. El impulso de pegarle una patada a algo… constituye un absoluto” Y nombra a Kant y Schopenhauer ¡para lo que han quedado! Les aseguro que no hay que irse tan lejos. En el Instituto Nacional de Educación Física de Madrid, en el año 1974 aproximadamente, esa misma era la teoría con la que Miguel Muñoz, entrenador del Real Madrid, abría su docencia sobre fútbol con el siguiente discurso, El fútbol es instintivo. Un niño ve venir una pelota rodando y no la coge con la mano, le da una patada; y si la pelota pasa por una puerta dice ¡Gol! Eso se llama instinto de gol. Esto último lo dijo sonriente, cuando notó el regocijo generalizado. En una muestra de honradez dimitió de su docencia antes de acabar el curso.

Otra razón de su artículo, puede ser sociológica y geopolítica. Nombra los momentos en que jugar al fútbol puede provocar una distensión política: los partidos entre enemigos en las pausas de las guerras. Nombra también en las ocasiones en las que se juega en condiciones extremas de penuria. Pero la distensión no es una virtud del fútbol, sino del juego. Hay ejemplos conocidos de política del tenis de mesa, del rugby, del cricket.

Cita la infancia vivida en las calles como la patria del futbol. En la foto de su blog aparece un niño como de nueve años jugando al fútbol sobre impecable césped con un impecable equipamiento del Valencia CF que incluye espinilleras, porque la violencia es evidente también a esas edades, que le aleja bastante de la visión del fútbol de favelas que insinúa. El fútbol infantil, ahora, nada tiene que ver con pelotas de trapo (si hay alguien en el mundo que juegue con pelotas de trapo sale en internet y cualquier club de cualquier otra parte del mundo, en gesto magnánimo y convenientemente publicitado, le ahoga en balones de reglamento. Los niños juegan en escuelas deportivas con buenos profesionales y con psicólogos que prevengan a los niños del casi seguro fracaso en su intento de llegar a la élite.

Pero, para Marzal, la principal razón para jugar al fútbol es terapéutica. Herramienta del recuerdo, “los olvidados del mundo juegan al fútbol”, y lenitivo del dolor. Durante noventa minutos se “vuelve a ingresar en el Paraíso, fuera del tiempo, lejos de la decrepitud, invulnerable al dolor y a la muerte”. Vaya colocón. Y luego dice que eso de que el fútbol es el opio del pueblo es una perversión de los progres.

Como se ve que esto del deporte no lo tiene muy pensado, hay que volver al principio de la columna para entender por qué habla de fútbol y descubrimos que en realidad de lo que quiere hablar es de toros para hacer un ajuste de cuentas con los progres de otra época, que dice que ya no existen. Lo explica con un “silogismo cateto” que atribuye a los fantasmas de la izquierda, “Los toros eran franquistas, luego abominables”. No Carlos, no entendiste nada: Los toros son abominables y por eso franquistas. Entendido el franquismo como el predio de todas las abominaciones.

Marzal quiere decir que el fútbol nunca estuvo bien visto por los progres (¿Qué demonios querrá decir con progres? –diría Juanjo Millas-). Esto no es cierto, los progres de principios del siglo XX vieron en el futbol y en el deporte, el mirlo blanco de la humanización y el cambio regenerador. Mucho antes de Franco y su amor por los toros (¡Cómo disfrutaba! en el palco de las Ventas, cual Emperador romano, llegando tarde y haciendo flamear los pañuelos blancos de protesta, para que el ABC dedujera que España era una democracia y se podía protestar contra el gobierno como en Inglaterra); como decía, mucho antes, en 1924 en la Revista Aire Libre aparecía el siguiente párrafo, “No sabemos si el deporte tendrá tanta fuerza regeneradora, pero vale la pena ponerlo a prueba, porque con nuestros floridos casticismos, con nuestro toro y con nuestra pandereta y nuestra “jonduras” no nos ha ido tan bien que podamos despreciar el examen de nuevos procedimientos educadores”. Había muchas esperanzas puestas en el deporte.

Después, los progres, denunciaron el deporte como un paraíso perdido a favor de la mercantilización y del Nacional Futbolismo, que diría el periodista Julian García Candau. Además, el pensamiento sobre los toros no se puede aplicar al fútbol porque no es lo mismo. Nada que incluya la muerte debía pensarse que es un juego, ocio ni deporte: ¿jugar y matar? No lo entiendo.

Quiere llegar a la conclusión de que si los progres no disfrutan viendo el mundial (y los toros) es porque son unos taraos. Argumenta que los progres y los fantasmones de la izquierda necesitan el permiso de una autoridad para disfrutar de algo (incluye el sexo, que los progres no disfrutaron nunca sin permiso de alguien y cita la autoridad de Roland Barthes, semiólogo estructuralista que pasaba por allí). Vamos, que los progres, quien quiera que sean, le caen fatal, lo mismo que le pasaba a Aznar, que llamaba a todo el que se le oponía desde la izquierda progres trasnochados y radicales.

El poemario de Carlos Marzal, Metales pesados, me encanta. Recomiendo su lectura. Lo mejor es leer mucho, para que luego no “te la cuelen” en una columna.

 

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