Joseph Conrad. El espejo del mar
Hacer deporte y divertirse parecen causa y efectos inseparables. Quienes saludaron al deporte en sus orígenes como comportamiento social, seguramente no podían ni imaginar que fuera a ser negocio y trabajo.
Joseph Conrad El espejo del mar Reino de Redonda. Traducción de Javier Marías.
La navegación y las regatas de balandros
Quien se embarque en esta lectura, tendrá que plantearse leer el libro entero, porque, aunque el autor dedica muy poco espacio al deporte de la vela, lo que Conrad dice sobre él, se entiende mejor si atendemos a sus vivencias en el mar, con los marinos y las velas de los barcos. También tenemos que decir que la traducción de este libro, por Javier Marías, tal vez resulte imprescindible, porque en ella se adivina el amor por las palabras que el autor reclama para la vida, para el deporte y para el mar.
Joseph Conrad (1857-1924 es contemporáneo de Erik Satie y, salvando algunas diferencias que se derivan de su oficio (marino y escritor el uno, músico el otro), los dos tienen una visión comparable de cuál es la función del deporte en su época y una absoluta ignorancia de hacia donde se dirigía esta práctica. Como dijimos de Pasolini: Si hubieran vivido hoy, no habrían escrito de deporte.
Una teoría del deporte
Conrad habla del deporte de la vela, dice que es un recreo. En seguida nos aclara que él no tuvo apenas que ver con la navegación de recreo y añade, y esto es muy importante “Aunque toda navegación a vela sea un recreo y un placer”.
A quien lea el libro entero se le encogerá el corazón en los capítulos dedicados a retrasados y desaparecidos, a los vientos y a la tormenta.
Anunciada por la creciente furia de los turbiones, a veces por el débil fogonazo de un relámpago…Asiste uno a otra fase de su cólera, una furia enjoyada de estrellas que tal vez lleva sobre su frente la creciente de la luna y que se sacude los últimos vestigios de su rasgado manto de nubes en turbiones negros como la tinta, con granizo y aguanieve cayendo cual lluvia de cristales y perlas, rebotando contra los palos, tamborileando sobre las velas… No he podido evitar escribir este párrafo y leerlo otra vez.
Después de conocer tan recios avatares de la navegación ¿Por qué le parece recreo y placer la navegación a vela? Porque Conrad vive el deporte de la vela como un ejercicio voluntario, manifestación de la excelencia, de amor al mar, a los barcos y la pericia en el manejo de todas las situaciones, incluidas las exigentes y en las que la vida vale poco. Por eso el deporte de la vela merece ser llamado el bello arte.
Ocio y negocio
Las regatas de vela son un recreo organizado, un producto del ocio social…
En este párrafo, Joseph Conrad hace una excelente definición del deporte y toma postura en la discusión de cuál es el origen del deporte: El ocio social.
El párrafo continúa “…cuya función es satisfacer la vanidad de ciertos adinerados habitantes de estas islas casi tanto como su innato amor por el mar”. Luego da cuenta de la industria que se desarrolla en su entorno. Aunque no parece dar mucha importancia a este hecho ni le parece que el desarrollo de las regatas sea deudor de intereses económicos.
Está mucho más interesado en la parte moral de esta industria, el deporte de la vela. Industria en el sentido humano que define el esfuerzo para llevar algo a cabo. Conrad pertenece a una época y al grupo de gente, de cualquier época, que considera que toda industria debe responder a una intención noble. La parte moral del deporte de la vela es “la consecución y mantenimiento de la mayor pericia posible de sus artesanos”. Los artesanos implicados en esta industria deportiva serían: los regatistas, quienes hacen los barcos y quienes organizan la competición. A todos ellos compete el ejercicio moral y el desarrollo de la pericia técnica para que el bello arte no degenere.
La pericia de la técnica es más que la honradez, la gracia y la regla, y podría llamarse el honor del trabajo… Está compuesto de tradición acumulada, el orgullo individual, la opinión profesional y lo estimula y sostiene el elogio competente.
Así, la destreza del deportista (o el que vive deportivamente) consiste en “el fomento de la propia pericia, atendiendo a los más delicados matices de la excelencia”. En el deporte (y en el trabajo) hay un tipo de eficiencia que sirve para sobrevivir, pero considera posible “un punto más alto…un toque de amor y orgullo que va más lejos de la mera pericia; casi una inspiración que confiere a toda obra ese acabado que es casi arte, que es arte”. La función y la dedicación al deporte se justifica si se hace persiguiendo estos principios morales. Esta actitud genera una responsabilidad moral y ejemplar en los deportistas.
“Las condiciones que amparan el desarrollo de esa suprema, vívida excelencia, lo mismo en el trabajo que en el juego, deberían cuidarse y cultivarse con el mayor esmero para que la industria del deporte no perezca víctimas de una decadencia gradual, imperceptible e interna”. Conrad es consciente de la fragilidad de una actividad basada en estos principios que inspira el amor. Porque el amor es raro. El amor por los hombres, por las cosas, por la pericia.
Porque el amor es el mayor enemigo de la prisa. El amor y el pesar van cogidos de la mano en este mundo de cambios más veloces que el desplazamiento de las nubes reflejadas en el espejo del mar.
Hacer deporte y divertirse parecen causa y efectos inseparables. Quienes saludaron al deporte en sus orígenes como comportamiento social, seguramente no podían ni imaginar que fuera a ser negocio y trabajo. Ese es el caso de Joseph Conrad, que para explicar lo que piensa del deporte de la vela, confecciona una teoría adaptada al humanismo de la época, en la que manifiesta su esperanza en esa nueva actitud lúdica del ser humano y el temor por el peligro que supone para el futuro la mercantilización del juego.
2
El deporte es anterior a la vida y más perfecto
Erik Satie (1866-1925) dedicó un capítulo de su obra Deportes y Diversiones a los bailes de los veleros en el mar Su mirada sobre el deporte es estética y juguetona. Cada vez es más difícil encontrar una mirada así y a alguien que consiga la suficiente distancia para no emborronar su criterio sobre el deporte con las urgencias de la catarsis, el dinero o el patriotismo. Joseph Conrad (1857-1924)
Contemporáneo de Satie, también mira al deporte como una diversión, un producto del ocio, en una época en la que apenas se adivina el brutal negocio en el que se convertirá.
Marinos y regatistas
Los regatistas en 1910 son “hombres nacidos y criados para el mar, que pescan en invierno y practican la vela en verano”. Compiten por afán de victoria. Bien, esta es otra versión sobre el origen del deporte. Ahora ya no es producto del ocio, sino del trabajo y el deseo de competir para demostrar su pericia por encima de la de los demás. En cualquier caso, los marinos que compiten en las regatas lo hacen en ratos de ocio. Ya sea porque no tienen trabajo o porque es una manera de conocer mejor su barco desarrollar su pericia.
Otra cosa será cuando los barcos de vela desaparezcan, porque sean sustituidos por el vapor, cosa que ya está ocurriendo, porque entonces los regatistas solo competirán por amor al mar y al arte antiguo de navegar a vela.
Los espectadores, la estética, el glamour y la pasta
“Ríe uno de puro gozo al contemplar una de sus elegantes maniobras”. Para el espectador, el disfrute del deporte de la vela es estético. Tanto por las embarcaciones, a las que Conrad encuentra semejanzas con las aves como por sus movimientos, frutos de la pericia humana y del conocimiento del mar y los vientos “El deslizamiento sobre el agua, más parece una función natural que la manipulación de un artificio”. Dice Erik Satie: El yate navega, parece que está loco. Y le dedica una composición musical.
Conrad ve en el deporte de la vela el juego que desemboca en el placer estético, la belleza necesaria, la que es fruto del esfuerzo y el amor por la técnica, no la que emana de la victoria, la violencia o la hazaña próxima a lo sobrehumano y por tanto de la muerte.
Antepone la ética de la estética, al glamur que rodea el poder. El glamur punta de lanza del mercantilismo. Alrededor de los veleros se dejan ver los poderosos, vestidos para la ocasión, en reuniones llenas de glamur, en las que aquellos que han puesto el dinero para que fuera posible la aventura, reciben los parabienes de todo el mundo y pagan su vanidad. No es de extrañar que a este deporte acabara acercándose la nobleza, reyes que encontraron en los barcos, un lugar dónde exhibirse, aunque fuera como el tripulante 18.
En calidad de 18th man subió Juan Carlos I de Borbón a una embarcación de la Copa América. En las mismas circunstancias, el periodista Manuel Vicente tuvo que oír de Miguel Jauregui, capitán de aquel velero:
- Tu entras en la competición solo como peso muerto.
Después escribiría: “El mar y el viento, tiranos extremadamente volubles, están ahí desde la fundación de este jodido planeta y frente a ellos cualquier magnate no es más que una pulga insignificante”.
Peso muerto, pulga insignificante. El mar y la navegación a vela es una excelente metáfora que pone a cada uno en su sitio.
La metáfora y lo que se aprende navegando
Tratar con hombres es un arte tan bello como tratar con el mar.
Conrad, en todo el libro, no deja de darle vueltas a la idea de que navegar a vela, es una metáfora de la vida y de la muerte y cuando habla del deporte de la vela, considera que esta relación se estrecha. Las regatas, así, son un compendio de la navegación que se produce en un tiempo reducido y es necesario comprender rápidamente la materia de lo que se está tratando.
Hay que entender qué, aunque todos los barcos y todos los hombres se pueden gobernar (o tratar) del mismo modo, cada uno merece que se le conozca individualmente. Y que se le reconozcan sus méritos antes que sus defectos.
Lo importante (de los hombres y los barcos) es saber de lo que estará dispuesto a hacer por uno cuando se le pida que muestre lo que guarda en sí por un movimiento de simpatía.
Aunque “gobernar barcos tal vez sea más bello que gobernar hombres” porque un barco detectaría siempre a un impostor y no dejaría que lo manejase. Piensa que ningún farsante ganaría nunca una regata. Si un deportista solo pensara en el triunfo, más que en adquirir pericia y excelencia, jamás lograría una reputación eminente.
“Olvidarse de uno mismo, renunciar a todo sentimiento personal” en aras del deporte, del bello arte, es para un deportista la única forma de desempeño.
Tal vez, Conrad se exceda en la descripción de un deporte y deportistas angelicales. Ideales casi de la caballería artúrica, impensable en el deporte actual de prisa y de consumo. Pero tenemos que perdonarle, porque ¿de qué vale el deporte si no representa ideales ilusos? No sé si lo dice así de claro, pero su libro lo destila, piensa que el deporte y el espíritu deportivo, surgen del mar, de dónde los biólogos dicen que surge la vida, pero, para Conrad, el deporte fue primero.
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